Aquí ofrezco el texto, que en posteriores posts introducí en extensión reducida, por aquello del "whatsapp", "El público moderno y la fotografía" que Charles Baudelaire escribió para el salón de 1859 en la que expone sus críticas a la fotografía como técnica aplicada al arte y que se popularizó rápidamente.
Sirva como reflexión a la fotografía considerada como arte o solo como técnica aplicada a campos de la ciencia, o bien de la masa ingente de imagenes creadas por una población cada vez más numerosa de "fotógrafos" aficionados pueda dar como resultado algo parecido, o se acerque, a lo que los Antiguos llamaban Arte.
"El público moderno y la fotografía"
"El deseo de asombrar y de sentirse asombrado es muy legitimo. "es una felicidad sentirse asombrado"; pero también es una felicidad soñar. Todo el problema consiste, (...) el saber mediante qué procedimientos quiere usted crear o sentir el asombro. Por el hecho de que lo Bello sea siempre asombroso, seria absurdo suponer que lo que es asombroso es siempre bello. Ahora bien, nuestro público, singularmente impotente para sentir la felicidad del ensueño o de la admiración (signo de alguien falto de grandeza de espíritu), quiere que se le asombre con medios ajenos al arte, y sus obedientes artistas se adaptan a su gusto; desean impresionarlos, sorprenderlos, pasmarlos por medio de estratagemas indignas, porque saben que es incapaz de extasiarse ante la táctica natural del arte verdadero.
En esos días deplorables, una industria nueva se dio a conocer y contribuyó no poco a confirmar la necedad en su fe y a arruinar lo que podía quedar de divino... Esa multitud idólatra postulaba un ideal digno de ella y apropiado a su naturaleza. En materia de pintura y estatuaria, el credo actual de las gentes de mundo es el siguiente: "Creo en la naturaleza y no creo más que en la naturaleza (...). Creo que el arte es y no puede ser más que la reproducción exacta de la naturaleza (...). De este modo, la industria que nos daría un resultado idéntico la naturaleza seria el arte absoluto.
Un Dios vengador ha atendido a las plegarias de esta multitud. Daguerre fue su mesías. Y entonces se dijo: "Puesto que la fotografía nos da todas las garantías deseables de exactitud -¡eso creen los insensatos!-, el arte es la fotografía". A partir de ese momento, la sociedad inmunda se precipitó, como un solo Narciso, a contemplar su trivial imagen sobre el metal. Una locura, un fanatismo extraordinario se apoderó de todos esos nuevos adoradores del Sol.
Algún escritor demócrata ha debido de ver en ello la manera, barata, de infundir entre el pueblo el rechazo hacia la historia y la pintura, cometiendo así un doble sacrilegio e insultando a la vez a la divina pintura y al arte sublime del comediante (...).
Como la industria fotográfica era el refugio de todos los pintores fracasados, muy poco dotados o muy perezosos para acabar sus estudios, ese entusiasmo universal no sólo era el exponente manifiesto del carácter de la ceguera y de la imbecilidad, sino que también tenia el color de una venganza. No creo (...) que pueda triunfar de una manera absoluta una conspiración en la que se encuentran, los embaucadores; pero estoy convencido de que los progresos mal aplicados de la fotografía han contribuido mucho, como todos los progresos puramente materiales, al empobrecimiento del genio artístico..., tan escaso de por sí.
Por más que la fatualidad moderna ruja, eructe todos los exabruptos de su horrenda personalidad, vomite todos sus sofismas indigestos de los que la ha atiborrado hasta la saciedad su filosofía reciente, se cae por su peso que la industria, al irrumpir en el arte, se convierte en su más mortal enemiga, y que la confusión de funciones impide cumplir bien ninguna. (...).
Si se le permite a la fotografía suplir al arte en alguna de sus funciones, éste no tardará en verse suplantado o corrompido por completo, gracias a la alianza natural que encontrará en la necedad de la multitud.
Es preciso pues que la fotografía cumpla con su verdadero saber, que es ser la sirvienta de las ciencias y de las artes, como la imprenta y la taquigrafía, que ni han creado ni suplido a la literatura. Que enriquezca rápidamente el álbum del viajero y devuelva a sus ojos la precisión de la que carecía su memoria, (...); que sea el secretario y fedatario de cualquiera que necesita en su profesión de una absoluta exactitud material. Que salve del olvido las ruinas que se caen, los libros las estampas y los manuscritos que el tiempo devora, (...). Pero si se le permite invadir el dominio de lo impalpable y de lo imaginario, todo aquello por lo que el hombre le añade a su alma, entonces ¡ay de nosotros!
Se que algunos me dirán: "La enfermedad que acabas de explicar es la de los imbéciles. ¿Qué hombre, digno del nombre de artista, y qué verdadero aficionado ha confundido jamás el arte con la industria?". Lo sé, y sin embargo les preguntaré a mi vez si creen en el contagio del bien y del mal, en la acción de las multitudes sobre los individuos y en la obediencia involuntaria, forzada, del individuo a la multitud. Que el artista influya en el público, y que el público incida en el artista, es una ley incontestable e irresistible; además, los hechos, terribles testigos, se puede contar el desastre. De día en día el arte disminuye el respeto por sí mismo, se prosterna ante la realidad exterior, y el pintor se siente cada vez más inclinado a pintar, no lo que sueña, si no lo que ve. (...).
¿Está permitido suponer que un pueblo cuyos ojos se acostumbran a considerar los resultados de una ciencia material como los productos de lo bello no ha disminuido singularmente
Charles Baudelaire. Salón de 1859.
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