1 de septiembre de 2011

Continuación II " El público moderno y la fotografía"


En esos días deplorables, una industria nueva se dio a conocer y contribuyó no poco a confirmar la necedad en su fe y a arruinar lo que podía quedar de divino... Esa multitud idólatra postulaba un ideal digno de ella y apropiado a su naturaleza. En materia de pintura y estatuaria, el credo actual de las gentes de mundo es el siguiente: "Creo en la naturaleza y no creo más que en la naturaleza (..). Creo que el arte es y no puede ser más que la reproducción exacta de la naturaleza (...). De este modo, la industria que nos daría un resultado idéntico a la naturaleza seria el arte absoluto".
 Un Dios vengador ha atendido a las plegarias de esta multitud. Daguerre fue su mesías. Y entonces se dijo: "Puesto que la fotografía nos da todas las garantías deseables de exactitud -¡eso creen los insensatos!-, el arte es la fotografía". A partir de ese momento, la sociedad inmunda se precipitó, como un solo Narciso, a contemplar su trivial imagen sobre el metal. Una locura, un fanatismo extraordinario se apoderó de todos esos nuevos adoradores del Sol.
  Algún escritor demócrata ha debido de ver en ello la manera, barata, de infundir entre el pueblo el rechazo hacia la historia y la pintura, cometiendo así un doble sacrilegio e insultando a la vez a la divina pintura y al arte sublime del comediante (...).
 Como la industria fotográfica era el refugio de todos los pintores fracasados, muy poco dotados o muy perezosos para acabar sus estudios, ese entusiasmo universal no sólo era el exponente manifiesto del carácter de la ceguera y de la imbecilidad, sino que también tenia el color de una venganza. No creo (...) que pueda triunfar de una manera absoluta una conspiración en la que se encuentran, los embaucadores; pero estoy convencido de que los progresos mal aplicados de la fotografía han contribuido mucho, como todos los progresos puramente materiales, al empobrecimiento del genio artístico..., tan escaso de por sí.

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